La flor más grande del mundo

Autor: José Saramago
Ilustraciones: João Caetano.
Traducción: Pilar del Río.
Editorial: Alfaguara

Este maravilloso cuento empieza así… «Las historias para niños deben escribirse con palabras muy sencillas, porque los niños, al ser pequeños, saben pocas palabras y no las quieren muy complicadas. Me gustaría saber escribir esas historias, pero nunca he sido capaz de aprender, y eso me da mucha pena. Porque, además de saber elegir las palabras, es necesario tener habilidad para contar de una manera muy clara y muy explicada, y una paciencia muy grande».

El niño de la historia se convertirá en actor en la tarea de salvar una flor que muere por falta de agua y él será el destinado a salvarla.

Texto de rara belleza, colmado de símbolos y de enigmas, destinado a una infancia que crece en un mundo quebrado por el individualismo, la desesperanza, la violencia y la falta de ideales. Saramago despliega su hábil mano de narrador y conforma la alegoría de un hipotético comienzo de Otro Mundo.

El niño de la historia se convertirá en actor en la tarea de salvar una flor que muere por falta de agua y él será el destinado a salvarla. Como en el cuento de hadas, es un héroe que se aleja de su lugar, abandona su casa, su aldea y atraviesa paisajes desconocidos, en un principio nutridos de una impactante naturaleza viva y de improviso, el desierto. Como es un héroe, nada lo detiene, y cuando sube la ladera de la montaña empinada, verá la flor, muriendo. No hay vacilación en el personaje busca recursos por sí mismo para cumplir su misión.

La estructura de la narración se organiza a partir de recursos provenientes de la tradición popular: la llamada del héroe, el cumplimiento de la tarea y el regreso triunfal con el logro obtenido. Los hechos se producen sin explicación alguna y la irracionalidad del acontecer narrativo en la peripecia del niño del cuento se sostiene sobre los hechos, la ruptura de las leyes naturales no necesita explicación sobrenatural ni la intervención de seres dotados de poderes especiales. La energía del niño y su afán por realizar el salvataje de la flor organizan su acción, de modo que la fuerza del texto está en el niño mismo, en su decisión interior de resolver el problema que se le plantea y la soledad ante el conflicto.

La convocatoria al lector infantil, como un espacio de complicidad, de intimidad sin adultos intermediarios, abre una aventura de leer sin fronteras. Es una invitación a otras formas de narrativa que incluyan el amplio espacio del conflicto del hombre en su intento de supervivencia en una realidad hostil arrinconada por la falta de solidaridad y la desesperanza.

Beatriz A. Ré